sábado, 5 de septiembre de 2015

Shoes, un asunto de amor y odio.

Por José Luis Maseda


O literalmente una cuestión de placer y dolor, que es como realmente se llama la exposición de la que te vamos a hablar hoy, Shoes: Pleasure and Pain, y que acoge el suntuoso Museo Victoria and Albert de Londres hasta el próximo mes de enero. ¿Quieres saber más?

 

Como Londres está a un tiro de piedra (y a unas dos horas en tren) de París, aproveché la ocasión para volver al Victoria & Albert Museum, institución cultural de la ciudad británica en la que una vez terminado el glorioso homenaje a Alexander McQueen del que ya te hablé aquí, se dedica otra de sus salas a uno de mis accesorios favoritos, el calzado. Es algo que no podía perderme.
Sorprendido al principio por la puesta en escena de la exposición, ya que te da la sensación de entrar en un viejo cabaret con paredes y cortinas de terciopelo rojizo, confieso que el efecto buscado está más que conseguido. Perturba y agobia la idea de ver tanto en un recinto deliberadamente pequeño y tan al montón, pero imagino que era una intención propia del concepto de la exposición, porque el calzado desde siempre ha sido objeto de deseo, de diferenciación social y aquello era como rebuscar tu número en una tienda de segunda mano de Candem Street.
 

 

La perversa fascinación que se tiene con el calzado en general y con algún tipo de modelo en concreto viene representada perfectamente con el libro-catálogo de la exposición, puesto que la portada es ni más ni menos que aquella retorcida (y exquisita) fotografía de Helmut Newton para Vogue en 1995 en la que la modelo alemana Nadja piernas Auermann aparece de espaldas subida a unas sandalias de plataforma y taconazo, e intentando mantenerse en pie con ayuda de muletas y dos accesorios masculinos.

 




Dividida en dos plantas en las que se contemplan unos doscientos pares de zapatos de todo tipo (desde una sandalia original del antiguo Egipto y cubierta de pan de oro hasta lo más contemporáneo que te puedas imaginar), en la primera se puede ver una acumulación de modelos históricos separados por categorías, mientras que en la segunda parecemos adentrarnos en un laboratorio aséptico en el que ver el proceso creativo, los materiales y el desarrollo de la tecnología zapatera con algunos de los modelos de calzado más imposibles y una colección de trainers (zapatillas de deporte de toda la vida, que hay mucha moderna suelta) que daría envidia a cualquier rapero americano.
 
 


 
 
Maravilloso recordarnos que en nuestra cultura cotidiana el calzado ha formado parte siempre de ella, y solo tienes que recordar los zapatos que le servían de puente aéreo para volver a casa a Dorothy en el Mago de Oz (de rubíes rojos, ni más ni menos) o cuentos como los de El Gato con botas, Las Zapatillas Mágicas, o el de la Cenicienta, de la que se inspira una frase tatuada en una pared y que voy a adoptar yo para mi epitafio: “Un zapato puede cambiarte la vida”. Genial.
 
 

 

Sin olvidar por supuesto los iconos recientes como son los zapatos del diseñador español Manolo Blahnik catapultado a la fama internacional gracias al personaje de Carrie Bradshaw en la serie Sex in the City, o las inconfundibles suelas rojas del francés Christian Louboutin, quien por cierto, aparece en una entrevista en vídeo en gran pantalla en una de las salas principales de la exposición, y quien estuvo allí mismo visitándola como uno más porque la gente no lo reconoce a pesar de tenerlo en pantalla justo delante. Se lo dije, y se rió.
 
 

 
Increíble poder observar algunas piezas históricas que no habían sido expuestas antes, como calzado de novias de la India, zapatos de tacón del rey Louis XIV (el tacón para hombre solo se recuperó luego en los 70), los zuecos de plataformas imposibles de geishas japoneses, o los zapatos reductores de pies para las mujeres chinas (impresionante). O también los famosos chapines españoles de los que Lady Gaga se hubiese comprado unos cuantos pares, y cuyo nombre viene dado por la onomatopeya del ruido que hacían al caminar con ellos: cha-pín, cha-pín.
 

 
Resultaba curioso el poder darse cuenta de cómo un determinado tipo de zapato era indicador de castas, clases o status sociales o incluso profesiones, considerando personalmente que a través de todas las épocas, el calzado de las prostitutas era, sin duda, el más bonito (y junto al que aparecen también las maravillosas sandalias Tribute de Yves Saint Laurent), aunque después este determinado calzado “profesional” evolucionase hacia el zapato fetichista e imposible, aunque claro, es obvio que ese tipo de calzado no se usa para caminar.
 


 
Del mismo modo se pueden ver zapatos muy reconocibles en la cultura pop, como son las plataformas arcoíris de Ferragamo, las botas más psicodélicas de David Bowie o las plataformas de las que se despeñó Naomi Campbell en aquel famoso momento durante un desfile de Vivienne Westwood. Sabemos que la Campbell tiene más tablas que un barco pirata, pero es que ver de cerca las dimensiones de esos zapatos es como para quitarse el sombrero por ella alabándola y agradecer que “solamente” se cayese de culo y no se partiese en cuatro la columna.
 
 
 
La exposición se acaba con una instalación bastante simple, que contrasta este mero hecho de colocar estanterías básicas y un montón de cajas amontonadas, con el encontrarte en el zapatero que cualquier persona en su sano juicio desearía y que ni la famosa Imelda Marcos hubiese soñado.
Más que exclamar aquello de “pies para qué os quiero”, yo hubiese dicho… ¡esto es lo que se quiere para los pies!
 
 
 
 
 
 

2 comentarios:

Maite dijo...

Qué maravilla, yo también los quisiera! jejeje

Cheska dijo...

Muchas cosas interesantes pirata empezando por el simpatico nombre de la exposicion placer y dolor totalmente masoquista jejeje pero real la verdad!
Me ha gustado volver de nuevo la foto de Helmut ideal para esta ocasión!

Besos pirata!