sábado, 11 de julio de 2015

Guerlain, el lujo exquisito.

Por José Luis Maseda



Si quieres saber lo que significa sumergirte en la exquisitez del lujo tradicional francés de la mano de la maison Guerlain, solo tienes que acompañarnos. Y yo en tu lugar, no lo dudaba un segundo.


 
 
Si como nosotros, tienes la oportunidad de visitar la mítica sede de la maison de perfumería y cosmética Guerlain, de la mano de una de las personas que llevan siendo fieles empleadas de la misma desde hace más de treinta años, no puedes decir que no.

 


Fundada en 1828 por Pierre-François-Pascal Guerlain, al regreso de sus estudios de química en Inglaterra, e instalada en sus inicios en la boutique del Hotel Meurice en la parisina calle Rivoli, esta casa de perfumería es una de las más antiguas que siguen hoy vigentes y entonces tenía como lema el siguiente: “La gloria es efímera, pero la reputación duradera”.
 
Así, con el mero hecho de meter los pies en su actual sede de los Campos Elíseos sigues comprendiendo hoy en día perfectamente tal divisa.

Habiendo pertenecido a la familia Guerlain hasta que en 1994 el grupo LVMH adquirió la firma, la boutique es sencillamente un compendio de detalles que son lo que realmente hacen que entiendas qué quiere decir el verdadero lujo.
 
 
Y es que no por nada desde sus inicios la realeza y alta sociedad de la época eligieron esta marca como la más distinguida catapultando su fama más allá de sus fronteras (y hablamos de un tiempo en el que solamente había prensa escrita, y poca, pero ni radio, ni internet, ni redes sociales). Tanto, que incluso la Emperatriz Eugenia de Montijo (tercera esposa de Napoléon III) hizo crear un perfume exclusivo para ella en 1853, bautizado como el “Agua de Colonia Imperial”, que sigue vendiéndose en la actualidad. Así, el famoso logo de la casa (la abeja) y sus frascos con decoración de panal son reconocibles sin necesidad de presentaciones.

 


Desde los diferentes ambientes creados en la boutique (el espacio cosmética mucho menos barroco que el de perfumería), desde las paredes hasta el techo con diferentes estilos decorativos y ricos materiales (¡esas maderas nobles!), desde las instalaciones de los frascos de perfumes (los míticos, los históricos expuestos como un museo, los actuales a la venta, los de coleccionista…), todo es un no parar de abrir los ojos como platos con un muy profundo sentimiento de admiración. Yo creo que sería algo así como padecer el síndrome de Stendhal por la sobredosis de belleza y sofisticación concentrada en un solo recinto.

 
Pero no se vayan todavía, que aún hay más… al ser invitado a las plantas superiores, descubres después los salones privados para las ventas a clientes más exclusivos, en los que la soberbia decoración se mezcla con el arte en exposiciones temporales de esas de morir de amor. Por no hablarte de las opciones bienestar, es decir, el salón de belleza-spa (creado en 1939 y primero en el mundo en aquel entonces) maravilloso y depurado oasis urbano en el que no se facturan los tratamientos, sino el tiempo que pasas en él. Pero que muy listos, sabiendo que una vez dentro, quieres que te dejen vivir allí. O morir. O lo que sea.
 
 Si encima te has quedado con hambre, nada mejor que visitar el discreto y elegante restaurante de la planta baja, al que se accede por un salón de té-pastelería. Vamos, que si tu vista y olfato ya iban locos, tus papilas gustativas pierden instantáneamente el norte. Te lo digo desde ya.

Vamos, que para ser breves, la estimulación de tus sentidos incluido el estético es tal, que con la euforia del momento te das cuenta de lo bonitas que pueden ser las cosas. Y eso, sienta muy bien.
 
 

2 comentarios:

Maite dijo...

Madreeeee mía!!! wow!

Cheska dijo...

Interesante post pirata me ha encantado!

Besos