Si quieres saber lo que significa sumergirte
en la exquisitez del lujo tradicional francés de la mano de la maison Guerlain, solo tienes que acompañarnos.
Y yo en tu lugar, no lo dudaba un segundo.
Si como nosotros, tienes la
oportunidad de visitar la mítica sede de la maison de perfumería y cosmética
Guerlain, de la mano de una de las personas que llevan siendo fieles empleadas
de la misma desde hace más de treinta años, no puedes decir que no.
Fundada en 1828 por Pierre-François-Pascal
Guerlain, al regreso de sus estudios de química en Inglaterra, e instalada en
sus inicios en la boutique del Hotel Meurice en la parisina calle Rivoli, esta
casa de perfumería es una de las más antiguas que siguen hoy vigentes y entonces
tenía como lema el siguiente: “La gloria
es efímera, pero la reputación duradera”.
Así, con el mero hecho de
meter los pies en su actual sede de los Campos Elíseos sigues comprendiendo
hoy en día perfectamente tal divisa.
Habiendo pertenecido a la
familia Guerlain hasta que en 1994 el grupo LVMH adquirió la firma, la boutique
es sencillamente un compendio de detalles que son lo que realmente hacen que
entiendas qué quiere decir el verdadero lujo.
Y es que no por nada desde
sus inicios la realeza y alta sociedad de la época eligieron esta marca como la
más distinguida catapultando su fama más allá de sus fronteras (y hablamos de
un tiempo en el que solamente había prensa escrita, y poca, pero ni radio, ni
internet, ni redes sociales). Tanto, que incluso la Emperatriz Eugenia de
Montijo (tercera esposa de Napoléon III) hizo crear un perfume
exclusivo para ella en 1853, bautizado como el “Agua de Colonia Imperial”, que sigue
vendiéndose en la actualidad. Así, el famoso logo de la casa (la abeja) y sus
frascos con decoración de panal son reconocibles sin necesidad de
presentaciones.
Desde los diferentes ambientes
creados en la boutique (el espacio cosmética mucho menos barroco que el de
perfumería), desde las paredes hasta el techo con diferentes estilos
decorativos y ricos materiales (¡esas maderas nobles!), desde las instalaciones
de los frascos de perfumes (los míticos, los históricos expuestos como un
museo, los actuales a la venta, los de coleccionista…), todo es un no parar de
abrir los ojos como platos con un muy profundo sentimiento de admiración. Yo
creo que sería algo así como padecer el síndrome de Stendhal por la sobredosis
de belleza y sofisticación concentrada en un solo recinto.
Pero no se vayan todavía,
que aún hay más… al ser invitado a las plantas superiores, descubres después
los salones privados para las ventas a clientes más exclusivos, en los que la soberbia
decoración se mezcla con el arte en exposiciones temporales de esas de morir de
amor. Por no hablarte de las opciones bienestar, es decir, el salón de belleza-spa
(creado en 1939 y primero en el mundo en aquel entonces) maravilloso y depurado
oasis urbano en el que no se facturan los tratamientos, sino el tiempo que
pasas en él. Pero que muy listos, sabiendo que una vez dentro, quieres que te
dejen vivir allí. O morir. O lo que sea.
Vamos, que para ser breves,
la estimulación de tus sentidos incluido el estético es tal, que con la euforia
del momento te das cuenta de lo bonitas que pueden ser las cosas. Y eso, sienta
muy bien.
2 comentarios:
Madreeeee mía!!! wow!
Interesante post pirata me ha encantado!
Besos
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