Con el verano a punto de
acabar, también llega el final de los grandes eventos culturales como ha sido
la estupenda exposición Jean Lanvin,
homenaje a la fundadora de la casa que aún hoy lleva su nombre, y de la que
queremos hablarte hoy. Y te aseguro que te va a interesar seguir leyendo.
El Palais Galliera, museo de la moda de la ciudad de París, ofrecía hasta
esta semana la mejor alternativa a la playa que, dicho sea de paso no tenemos
aquí, con una inteligente colaboración entre la firma Lanvin de la mano de su director artístico Alber Elbaz y el propio
museo.
De esta manera, entre los
archivos de la casa de costura y los tesoros que tienen guardados bajo mil
llaves en el patrimonio del museo Galliera, se consiguió rescatar joyas de la
historia de la moda que podíamos apreciar pero que muy de cerca, hasta el punto
de sujetarte las manos para no tocar.
Si tuviese que citar algo
negativo de la exhibición, sería la caprichosa y bastante sombría iluminación que
junto a los reflejos en las vitrinas de los expositores no dejaba apreciar los
detalles y las costuras tanto como yo lo hubiese deseado, pero vista la
delicadeza y antigüedad de los tejidos, esas dos anécdotas son obligatorias
para proteger tanta prenda de tantísimo valor. Se lo perdonamos.
Mademoiselle Jeanne
debuta como modista en 1885, y abre su primera tienda cuatro años después antes
de mudarse en 1893 al número 22 de la calle Faubourg Saint-Honoré, donde sigue
teniendo su boutique hoy en día.
En 1897 un acontecimiento
cambia su vida radicalmente y es que ese es el año en el que nace Marguerite, su
única hija, y quien se convierte en su primera fuente de inspiración, musa y
centro de todas y cada una de sus atenciones.
De esta manera Lanvin
decide más tarde ampliar el ámbito de su creatividad y surge la idea de diseñar
ropa para niños, línea creativa a la que seguirán a partir de 1920, año en el
que se afilia al Sindicato de la Costura, otras áreas como la moda nupcial, la
lencería, la peletería, la ropa deportiva, la masculina y hasta la decoración. Esto
no nos sorprende ahora, pero fue totalmente vanguardista entonces.
Así y con semejante
potencial creativo, comienza su expansión abriendo boutiques en las ciudades
más cosmopolitas de su época, tales como Deauville, Biarritz, Cannes, Barcelona
o Buenos Aires.
La marca es reconocida en
todos esos lugares (y desde entonces en todo el mundo) gracias a dos símbolos
inequívocos de la misma: el color azul Lanvin
y el logo de la maison.
El color fetiche de Jeanne
Lanvin al que bautizaba en todas sus colecciones con nombres como azul
vidriera, azul noche, azul noche, zafiro, índigo, lázuli, ultramar, lavanda,
azul duro… etc… y que utilizaba en todos los soportes, no solo en las prendas
sino también en las invitaciones, packaging, accesorios e incluso en la
decoración, tal y como se aprecia en su propia habitación (conservada tal cual
hoy en día en el Museo de Artes Decorativas parisino).
Por otro lado, el artista
Armand-Albert Rateau fue el creador del logo de la marca, ya que para fabricar
el frasco del famoso perfume Arpège en 1927 (creación que celebraba el
decimotercero cumpleaños de su hija Marguerite), se inspiró en una fotografía
de Jeanne agarrando de las manos a su hija en una fiesta de disfraces.
Libros de viaje, muestras
de tejidos étnicos creados por ella misma, biblioteca de arte… Jeanne Lanvin no
dejó de cultivar y alimentar su curiosidad, afortunadamente para nosotros,
porque la exposición ofrece una bien nutrida muestra del savoir-faire de esta
infatigable mujer, con la variedad de prendas que muestran la oposición de sus
líneas (muy dieciochescas, con el busto ajustado, cinturas bajas y faldas con volumen)
a las tendencias de la sociedad de entonces (prendas rectas, sueltas), pero
también la fusión que realiza con el arte, como los -muérete de amor- bordados
Art Déco, las geometrías o la cantidad de perlas, cristales, sedas y cintas que
reparte con mucha inteligencia. Cargar la prenda sí, empalagar la vista
nunca.
Famosos vestidos expuestos
en su momento en el pabellón de la Elegancia de la Exposición Internacional de
1925 como son el “Lesbos” o el “Mille et Une Nuits”, otros con nombre propio
como “La Diva”, “Colombine”, el sublime vestido de novia “Mélissande”, los abrigos
“Lohengrin” o “Júpiter”, los sobrios vestidos de noche como “Sèvres”, “Concerto”
o “Walkyrie” o la exquisitez del “Scintillante”… y así un no parar, como si no
hubiese un mañana. Solo tienes que echar un vistazo a las fotos que ilustran
esto que estás leyendo.
La intuición y esa
inteligente manera de comprender el mundo moderno que la rodeaba, consiguieron e
hicieron el éxito y el destino excepcional de esta discreta mujer.
En esta maravillosa última foto
también expuesta, Jeanne Lanvin se esconde tímidamente detrás de sus propias
manos. Nosotros utilizamos las nuestras para aplaudirle.
1 comentario:
Ohhhhhh wow 😍
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