O literalmente una cuestión
de placer y dolor, que es como realmente se llama la exposición de la que te
vamos a hablar hoy, Shoes: Pleasure and Pain, y que acoge el suntuoso Museo
Victoria and Albert de Londres hasta el próximo mes de enero. ¿Quieres saber
más?
Como Londres está a un tiro
de piedra (y a unas dos horas en tren) de París, aproveché la ocasión para
volver al Victoria & Albert Museum, institución cultural de la ciudad
británica en la que una vez terminado el glorioso homenaje a Alexander McQueen
del que ya te hablé aquí, se dedica otra de sus salas a uno de mis accesorios
favoritos, el calzado. Es algo que no podía perderme.
Sorprendido al
principio por la puesta en escena de la exposición, ya que te da la sensación
de entrar en un viejo cabaret con paredes y cortinas de terciopelo rojizo,
confieso que el efecto buscado está más que conseguido. Perturba y agobia la
idea de ver tanto en un recinto deliberadamente pequeño y tan al montón, pero
imagino que era una intención propia del concepto de la exposición, porque el
calzado desde siempre ha sido objeto de deseo, de diferenciación social y
aquello era como rebuscar tu número en una tienda de segunda mano de Candem
Street.
La perversa
fascinación que se tiene con el calzado en general y con algún tipo de modelo
en concreto viene representada perfectamente con el libro-catálogo de la
exposición, puesto que la portada es ni más ni menos que aquella retorcida (y
exquisita) fotografía de Helmut Newton para Vogue en 1995 en la que la modelo
alemana Nadja piernas Auermann
aparece de espaldas subida a unas sandalias de plataforma y taconazo, e
intentando mantenerse en pie con ayuda de muletas y dos accesorios masculinos.
Dividida en dos
plantas en las que se contemplan unos doscientos pares de zapatos de todo tipo
(desde una sandalia original del antiguo Egipto y cubierta de pan de oro hasta
lo más contemporáneo que te puedas imaginar), en la primera se puede ver una
acumulación de modelos históricos separados por categorías, mientras que en la
segunda parecemos adentrarnos en un laboratorio aséptico en el que ver el
proceso creativo, los materiales y el desarrollo de la tecnología zapatera con
algunos de los modelos de calzado más imposibles y una colección de trainers (zapatillas de deporte de toda
la vida, que hay mucha moderna suelta) que daría envidia a cualquier rapero
americano.
Maravilloso
recordarnos que en nuestra cultura cotidiana el calzado ha formado parte
siempre de ella, y solo tienes que recordar los zapatos que le servían de
puente aéreo para volver a casa a Dorothy en el Mago de Oz (de rubíes rojos, ni
más ni menos) o cuentos como los de El Gato con botas, Las Zapatillas Mágicas, o
el de la Cenicienta, de la que se inspira una frase tatuada en una pared y que
voy a adoptar yo para mi epitafio: “Un
zapato puede cambiarte la vida”. Genial.
Sin olvidar por
supuesto los iconos recientes como son los zapatos del diseñador español Manolo
Blahnik catapultado a la fama internacional gracias al personaje de Carrie
Bradshaw en la serie Sex in the City, o las inconfundibles suelas rojas del
francés Christian Louboutin, quien por cierto, aparece en una entrevista en
vídeo en gran pantalla en una de las salas principales de la exposición, y
quien estuvo allí mismo visitándola como uno más porque la gente no lo reconoce
a pesar de tenerlo en pantalla justo delante. Se lo dije, y se rió.
Increíble poder
observar algunas piezas históricas que no habían sido expuestas antes, como
calzado de novias de la India, zapatos de tacón del rey Louis XIV (el tacón
para hombre solo se recuperó luego en los 70), los zuecos de plataformas
imposibles de geishas japoneses, o los zapatos reductores de pies para las
mujeres chinas (impresionante). O también los famosos chapines españoles de los
que Lady Gaga se hubiese comprado unos cuantos pares, y cuyo nombre viene dado
por la onomatopeya del ruido que hacían al caminar con ellos: cha-pín, cha-pín.
Resultaba curioso el
poder darse cuenta de cómo un determinado tipo de zapato era indicador de
castas, clases o status sociales o incluso profesiones, considerando personalmente
que a través de todas las épocas, el calzado de las prostitutas era, sin duda,
el más bonito (y junto al que aparecen también las maravillosas sandalias
Tribute de Yves Saint Laurent), aunque después este determinado calzado
“profesional” evolucionase hacia el zapato fetichista e imposible, aunque
claro, es obvio que ese tipo de calzado no se usa para caminar.
Del mismo modo se
pueden ver zapatos muy reconocibles en la cultura pop, como son las plataformas
arcoíris de Ferragamo, las botas más psicodélicas de David Bowie o las
plataformas de las que se despeñó Naomi Campbell en aquel famoso momento
durante un desfile de Vivienne Westwood. Sabemos que la Campbell tiene más
tablas que un barco pirata, pero es que ver de cerca las dimensiones de esos
zapatos es como para quitarse el sombrero por ella alabándola y agradecer que
“solamente” se cayese de culo y no se partiese en cuatro la columna.
La exposición se
acaba con una instalación bastante simple, que contrasta este mero hecho de colocar
estanterías básicas y un montón de cajas amontonadas, con el encontrarte en el
zapatero que cualquier persona en su sano juicio desearía y que ni la famosa
Imelda Marcos hubiese soñado.
Más que exclamar
aquello de “pies para qué os quiero”, yo hubiese dicho… ¡esto es lo que se
quiere para los pies!
2 comentarios:
Qué maravilla, yo también los quisiera! jejeje
Muchas cosas interesantes pirata empezando por el simpatico nombre de la exposicion placer y dolor totalmente masoquista jejeje pero real la verdad!
Me ha gustado volver de nuevo la foto de Helmut ideal para esta ocasión!
Besos pirata!
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